Un día de tantos, de tanto rodar, llegué a donde Víctor… sin saber que era Víctor y mucho menos Manuel. Llovía tanto que estuve a punto de ser arrastrado por una corriente, pero a como pudo, él llegó y me jaló a la puerta de su rancho.
Lo volví a ver y no me parecía normal, digo, no era normal que alguien se fijara así en mí. Entonces, de su trozo de pan añejo me dio un bocado y yo lo volví a ver, como leyendo ese rostro arrugado y milagroso.
— El pan es algo que compartir me enseñó mamá. Yo recuerdo que en casa pan no había y mamá, que-Dios-la-tenga-en-su-santa-gloria, me dijo que tenía que compartir con el prójimo y como usted es un prójimo, yo lo comparto con usté, ¿verdá?
Recuerdo que sentí cada palabra por qué entre los pocos dientes, siempre se escapaba un rocío rápido y furioso, tan atarantado y poderoso como sus ideas que viajaban como balas, pero que topaban con pared cuando llegaban a sus labios.
— ¿Usté como se llama?
Yo queriendo responder, no dije nada.
— Le voy a decir Macho, porque usted macho, verdá, veale esos ojillos y esos pelos que tiene.
Y así me quedé como Macho. Y la verdad no me importaba, de morir a tener un apodo por parte de alguien que me quisiera, ya valía la pena amanecer.
Y vagué con Victor Manuel, él iba con su radio descompuesto, su machete a medio afilar y sus interminables historias que contaba para sí y de las cuales yo no podía entender nada.
Mi misión era acompañarlo. En muchas ocasiones solo me sentaba aburrido, a veces la gente pasaba y me regalaba algo. Muchas veces nos cerraban la puerta, a lo que él solo me veía y decía:
— Cuando yo me gane la lotería voy a ir a ver a mamá, y le voy a comprar el terrenito a Chambalaca, y la voy a hacer tan feliz, ya casi Machito, ya casi.
Una noche Víctor empezó a toser tanto que tuve miedo de que muriera. Yo solo a olfatearlo a ver si estaba bien. ¿Qué más puede hacer un perro como yo? Él me salvó la vida, yo solo si acaso le servía de compañía para esos largos días en que solo de caminar ya le dábamos la vuelta al mundo.
2000 colones para él y un plato de comida para mí. “A nadien le falta Dios, Machito, a nadien”.
Había días buenos y días malos. Había días de perros y días de sueños.
Pero al fin yo tenía un “buenos días” y una misión para seguir aquí.
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