148 kilómetros

Uno tiene que estar feliz de los problemas que tiene.

“Adiós ma, voy a dormir dónde Abue”, le dije mientras salía con la 20. La misma que quizá valga menos que un portón, pero creció conmigo… bueno yo crecí, mientras la veinte… seguía siendo la 20. 

La misión: conseguir una vacuna. Muy sencillo: sólo las daban a quienes estaban en riesgo, hasta que de la noche a la mañana la lista se extendió a cualquiera que la necesitara. El problema es que todos estaban igual que yo y las vacunas se agotaban al instante. Yo no solo la necesitaba para sentir que volvía a la realidad en medio de la confusión… también la necesitaba para lograr un sueño.

Varios mensajes decían que había vacunas en Pérez Zeledón, en San Carlos, en Puntarenas… pero al final todo se resumía en ir y poner el brazo. Más mensajes, más necesidad de hacer algo… ¿Qué puedo hacer si no puedo volar? ¿qué hacer si no podía manejar hasta allá? Toda la tarde atormentándome. La vida es de decisiones. Yo ya tenía la mía.

Empaqué una dona, café, una botella de agua y mi fe. 

Y créanme, tenía ese susto que lo hace sentir a uno vivo. Ese susto raro que hacía mover mis piernas como un poderosísimo motor. Tenía miedo, pero tenía fe. Tenía más fe que miedo… ¡ah sí! y también tenía hambre y esa dona no duró más que unos kilómetros.

Si fuera a donde Abue ya hubiera llegado, pero no, aquí estoy en ruta a la 27. En un audífono, alguien contaba una historia de cómo dos ladrones habían logrado el plan perfecto para robar un banco, en la otra oreja yo intentaba escuchar los carros que iban más rápido que yo.

30 kilómetros después y llegué a la soledad. Aquella noche oscura fue la más oscura que recuerde. Había un viento caliente, unos grillos que sonaban durísimo a ratos y un par de murciélagos, pero después de ellos solo era yo y mi circunstancia como había leído de Ortega y Gasset.

Un pedalazo, y me siento.

Otro pedalazo y voy de pie esperando que la gravedad haga lo suyo y me impulse.

Varios pedalazos y mis piernas ya se revientan.

Necesito parar. ¡No sé en qué momento se me ocurrió que esto era una buena idea! No, no, NO. ¡necesito llegar!… pero… estoy harto.

En una cuneta tirado moviendo las piernas para no enfriarme, recordé la frase completa: “soy yo y mi circunstancia, si no la salvo a ella no me salvó yo”.

¡Necesitaba salvar mi circunstancia! 

Me aterrorizaba no llegar. Rogaba por otro par de piernas. ¡Qué tonto! Como si pudiera cambiarlas como un Lego. 

Soy yo y mi circunstancia

Soy yo y mi circunstancia

Soy yo y mi…

Central, ¿me copia? Tenemos un elemento en la cercanía del cruce de Orotina. Vamos a despacharlo a la Delegación.

 —Copiado, mi 70. Anoto en bitácora. ¿Hora de evento?

— 05:20, central

Mierda, ya no lo logré. Jueputa, ¿Quién dijo que esta era una buena idea? Y ahora, ¿qué me va a pasar?

— ¿Qué estaba haciendo en una carretera prohibida para ciclistas?

Me quedé frío. Qué imbécil. No, no, no. Imbécil haberle dicho mi nombre completo. De fijo ya sabe dónde trabajo. 

-Le soy sincero, necesito vacunarme para cumplir un sueño.

 —¿¡Qué?!

El único camino posible era decir la verdad. El policía solo me miraba incrédulo mientras otros compañeros se unían a escuchar… todos querían saber por qué alguien de San José tenía una extraña y hasta retorcida fijación con una aguja y un líquido extraño.

El amanecer se veía tan bonito, y de reojo la 20 acostada merecidamente en el camión de la patrulla descansaba. Un juguito de manzana y una galleta. Un viaje en patrulla hasta el hospital. Quién iba a decir que la policía no solo cuidaba mortales si no también cuidaba sueños. ¡Qué ironía!

— Llegamos jefe. Espero pueda lograr lo que se propuso. Allá está la tienda de campaña donde vacunan. 

En medio de mi asombro, mis piernas adoloridas, mi deshidratación, mi confusión y mis circunstancias solo salió un “Gracias”. Pero sé que, en mis ojos, se veía todo lo que no pude decir.

— Buenos días, ¿En qué puedo ayudarle? 

Me respondió un trigueño con un bigote oscuro como la noche que pasé. Yo despeinado de barba y cabeza, como electrocutado, y con voz temblorosa, como quien conociera a su juez le dije:

— Vengo a vacunarme contra el COVID.

— Bien, pase y tome una ficha… ah y deje la bicicleta afuera, por favor.

No había nadie, pero bueno, hay ciertas cosas que como una religión se respetan, y esas son las fichas.

— ¡Dieeez! ¡Fichaaaaaa dieeeeeeeez!

Me incorporé como si me hubieran puesto un resorte en el asiento y con un ahogado “¡Yo!” me acerqué al mostrador.

— ¿Cédula?

— Aquí tiene.

 —¿En qué le puedo ayudar?

— Vengo a vacunarme.

— Estoy viendo que usted no pertenece a esta Área de Salud por tanto no puedo atenderlo y mucho menos ponerle una vacuna

— Pero, pero, pero, pero…

— Lo siento

De mis últimos líquidos dos gototas grandes rodaron en medio de mis ojos cansados. 

— Pedalee toda la noche, mis piernas se destruyeron, me recogió la policía, vea, yo entiendo, pero de verdad, por qué no podría, por qué…

— Lo siento mucho, la vida es así. No lo he inventado yo.

— ¿Qué pasa Marcela? — dijo una doctora alta que se paró junto a mí.

— Viene por una vacuna, pero no tiene el papeleo correspondiente y no está adscrito a esta ár…

— Venga por acá, joven.

A lo lejos Marcela recitaba la letanía que todo burócrata lobomotizado repetiría: “no se puede por qué no se puede, por qué la ley y el reglamento y la santa administración y todos sus dichosos elementos”. Detrás de un escritorio la vida es más sencilla. Como una trinchera inflexible, aislados de sí mismos. Jamás les dolerán las piernas como a mi…

— Cierre la puerta, por favor.

La cerré con miedo. 

— Bueno, estem ¿Nombre?

Lo dije completico y dos veces.

— Cierre los ojos.

Y de pronto un dolor diferente al de las piernas surgió en un brazo.

— No puede hacer ejercicio después de 24 horas. Si tiene alguna relación adversa favor presentarse a su centro médico… más cercano.

Se rió al decir eso último. Seguro de pensar que no vaya a ser que otra vez un barbudo, pelirrojo, despeinado como yo vaya a Puntarenas en bicicleta de noche y con murciélagos.

— Directo a San José, seeeee vaaaa San José Directo.

Tuve que pagar dos pasajes, uno para mí y otro para la 20. Igual se lo merecía. Fue cómplice de la locura más grande que haya hecho.

Del café, el agua y la dona ya no quedaba nada. Pero ahí estaba yo, dueño de mi circunstancia, con una bici barata pero unos sueños grandes.

15 días después, la 20 me llevó a Nueva York.

Por cierto, la marca de mi bici es Vision. 


2 respuestas a «148 kilómetros»
  1. Avatar de Karen Asch Hayling
    Karen Asch Hayling

    Me encantó. Espero otras historias amigo.

    1. Avatar de Jorge Umaña-Castillo

      Mil gracias. Esta es una historia prestada que pasó de ser una anécdota a una bonita lección de vida.

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